lunes, 4 de noviembre de 2013

Los hombres oscuros y La sangre y la esperanza

  • Título: Los hombres obscuros
  • Autor: Nicomedes Guzmán (1914-1964)
  • Año de publicación: 1939
  • Edición: Zig-Zag, Santiago de Chile, Sexta edición 1964, 209 págs

 

  • Título: La sangre y la esperanza
  • Autor: Nicomedes Guzmán (1914-1964)
  • Año de publicación: 1943
  • Edición: Siglo XX, Buenos Aires, 1947, 315 pág.

 

Nos encontramos ante dos novelas genuinamente proletarias entre las que se advierten las suficientes concomitancias como para que las tratemos conjuntamente en una misma reseña. Su autor, el chileno Oscar Nicomedes Vásquez Guzmán, es incluido por los conocedores de la literatura de este país andino en la llamada "generación del 38", la cual se caracterizaría por volver su mirada hacia los problemas sociales más acuciantes sin renunciar por ello a ciertos valores considerados por la denominada "república mundial de las letras" como más estrictamente literarios, como son el uso de metáforas, símiles, personificaciones, descripciones y evocaciones impregnadas de lirismo  etc.

Tanto Los hombres obscuros como La sangre y la esperanza transcurren en barrios pobres de Santiago de Chile, en concreto los principales sucesos que se narran en la segunda de estas novelas tienen lugar en las cercanías de la parroquia de Nuestra Señora de Andacollo y del río Mapocho. La inmensa mayoría de los personajes presentados por Guzmán viven en conventillos, esto es, construcciones situadas en urbes de países como Argentina Uruguay o Chile, semejantes a las casas de vecindad españolas; edificios en los que, generalmente en régimen de alquiler, cada familia o persona ocupaba una habitación, teniendo carácter colectivo servicios como los aseos o el comedor. Algunas de  estas construcciones  fueron levantadas ex profeso para albergar a los trabajadores de ciertas fábricas, pero gran número de ellas, no eran más que antiguas casas señoriales cuyos propietarios se habían trasladado a barrios de mayor categoría social. Estos conventillos se empezaron a construir a finales del siglo XIX para acoger a la gran masa de inmigrantes que por aquellos años llegaba a las principales ciudades del cono sur procedentes de puntos muy dispares del mundo.

El conventillo, por momentos, parece convertirse en un personaje más:

 

"Ciertamente que hay seres insignificantes que tienden a elevarse. El conventillo extático en su actitud de viejo en cuclillas y de cara acongojada, en la imposibilidad de elevarse, se entretiene por las mañanas, cuando el aire sereno le ayuda en alcanzar el cielo con los azulosos brazos de humo que alargan los cañones renegridos de sus cocinas" (Los hombres obscuros, pág. 18).

 

Este tipo de personificaciones de edificios, calles y, sobre todo, de árboles y demás elementos naturales impregnan las dos novelas que estamos comentando,  constituyendo su principal capital estrictamente estético. En este sentido, no resulta arriesgado  el paralelismo entre estos escritores chilenos y algunos de los novelistas españoles anteriores a la Guerra Civil del 36, incluidos por José Díaz Fernández bajo el rótulo de "Nuevo romanticismo".

Tanto Los hombres oscuros como La sangre y la esperanza son novelas de iniciación, e incluso de formación, pues sus protagonistas son seres que se están abriendo al mundo social que les rodea: la primera está protagonizada por Pablo Acevedo, un joven que ronda la veintena, y la segunda por Enrique Quilodrán, un niño que transita entre la infancia y la pubertad.

Ambas novelas suponen un crudo testimonio crítico de las penalidades que aquejan  a la clase obrera en particular, y en general, a toda una serie de seres que carecen de los bienes materiales básicos. Todos ellos constituyen los hombres oscuros que protagonizan y dan título a la primera de estas obras; se trata de "obreros, peones, mozos, costureras que se amanecen pedaleando, lavanderas que consumen su vida curvadas sobre la artesa, rateros y putas, una de las piezas la ocupan dos maricones que realizan por la noche fiestas y bailoteos a los que acuden amigos indecentes y sinvergüenzas" Los hombres oscuros, pág. 23).

El símil con el que se inicia La sangre y la esperanza nos ofrece una visión panorámica de estas gentes que es a un mismo tiempo más poética y más tangible:

 

"Bajo, de una estatura que traicionaban apenas unos cuantos edificios de dos pisos, arrugado, el barrio era como un perro viejo abandonado por el amo."

 

Si bien el joven Pablo irá afinando su percepción de la prostitución considerando a las prostitutas como víctimas de la injusticia social y, en particular, de la opresión que en todas las clases sociales sufre la mujer, su visión de la homosexualidad no experimenta ninguna modificación significativa.

Los hechos por Guzmán configurados están teñidos de un cierto tremendismo que podría ser calificado como fatalista. Si bien es cierto que acontecimientos como el fallecimiento del bebé de los Quilodrán no se relacionan con las grietas del ser social y que  el atropello del vendedor de periódicos y la tragedia que azota seguidamente a su familia o las desgracias sufridas por Zorobabel, su hermana Angélica y el padre de ambos son un tanto exageradas y gratuitas, el lector percibe nítidamente que lo esencial de los percances sufridos por los diferentes personajes tienen su fundamento en el desamparo en el que se encuentran los más desfavorecidos socialmente. Y ello a pesar de que Guzmán se ocupa casi en exclusiva de la clase obrera.

Tanto Los hombres oscuros como La sangre y la esperanza están escritas desde una misma perspectiva política: la del comunismo revolucionario. Ahora bien, mientras la primera tiene un contenido más directamente doctrinario, en la segunda, el mensaje político se encuentra un tanto más disperso. Y es que La sangre y la esperanza se presenta como una especie de fresco de la vida proletaria en el que se configuran los pros y, sobre todo, los contras  de las peripecias cotidianas de una familia de trabajadores y su entorno. Ambas novelas, al igual que  otras obras inspiradas directamente  por el comunismo, sobre todo en las décadas de los treinta y los cuarenta, concluyen con un mensaje contundente: la imposibilidad del sistema democrático, al menos en su versión más puramente liberal y "burguesa", para articular un espacio social capaz de ofrecer calidad de vida para los ciudadanos más desfavorecidos.

 

"`¡Sí traidores – Habló mi padre, sosteniéndose el pañuelo en la boca – traidores…. ¡Y creamos en la democracia y apoyemos con nuestra fuerza a los maricones de la política. Se especula con nuestra honradez. Y nosotros siempre con la fe puesta en los que saben engañarnos con más bellas palabras. Traidores….¡"(La sangre y la esperanza, pág. 297).   

 

Esta hostilidad hacia el sistema democrático la expresa el tranviario Guillermo Quilodrán, padre de Enrique, después de haber sido gravemente herida por la policía en el curso de una manifestación en apoyo de la explotación sufrida por ciertos gremios y de la indefensión en la que se hallaban los trabajadores del salitre que habían perdido su empleo. Recordemos que, a principios del siglo XX, gran parte de la riqueza chilena procedía del salitre, situación que cambió radicalmente a partir de la Primera Guerra Mundial debido a que este producto, gracias a un químico alemán, se pudo obtener sintéticamente, descubrimiento que supuso un golpe letal para la economía de Chile[1].

 Los hechos que se narran en La sangre y la esperanza se sitúan  muy a principios de los años veinte – Los hombres oscuros transcurre en la década de los treinta - en un período en el que la presidencia de Chile estaba en manos de Arturo Alessandri, quien para acceder al poder precisó de cierto apoyo de las clases populares, a las que a cambio, prometió una serie de leyes  tendentes a mejorar sus condiciones sociales. Pero, al menos en un principio, estas promesas apenas si se pudieron llevar a cabo. Además, en esta novela se apuesta por la FOCH (Federación Obrera de Chile), la primera gran corriente de unidad sindical del país, la cual tras una serie de disputas, se inclinó por el Partido Comunista, liderado en Chile por el legendario Luis Emilio Recabarren, a quien tanto en Los hombres oscuros como en La sangre y la esperanza, se alude positivamente.

Guzmán expresa literariamente la tesis de que la naturaleza es una categoría social, afirmación sostenida sin tapujos por Lukács en Historia y consciencia de clase. Entre los barrios obreros que nos presenta y las fuerzas de la naturaleza se produce un constante intercambio de significados que se irá modulando en función de los estados de ánimo de los protagonistas y, sobre todo, del tipo de fenómeno meteorológico que predomine en cada caso. Esta relación entre naturaleza y sociedad puede ser de complicidad, pero en ocasiones, es tensa, convirtiéndose los elementos atmosféricos en aliados de la opresión social que atenaza al barrio como, se puede apreciar en el siguiente fragmento:

 

"Aquella tarde llovía a mares. Lluvia gruesa, vital, lluvia como yegua encabritada, coceando, piafando. El viento afilaba sus cuchillos contra las calaminas de las casas miserables (…..) Graznaban las campanas de Andacollo ante el afán endemoniado del viento" (La sangre y la esperanza, pág. 145).

 

En este sentido, en La sangre y la esperanza se hace un especial acopio de una serie de metáforas y personificaciones un tanto descarnadas que si bien pueden leerse como el intento de lograr una aproximación genuinamente proletaria a la literatura, en algún momento tienen algo de forzado, incluso de lirismo malogrado como, por ejemplo en:

 

 "Roncos panderos de agua tocó por muchos días el viejo invierno. Los grises días caminaban por la calle con los harapos chorreantes, estirando las famélicas manos pordioseras" (pág. 119)

 

Las narraciones de Nicomedes Guzmán se insertan en toda una corriente de obras de arte que expresan, con mayor o menor acierto estético, según los casos, las esperanzas y las frustraciones, o las frustraciones y las esperanzas – depende de si apreciamos la botella medio llena o medio vacía – de las clases populares chilenas. Al leerlas, muchos lectores evocarán ciertos poemas de Neruda, conocidos y sentidos canciones e himnos de Víctor Jara Quilapayún e Inti-Illimani o, tal vez, imágenes de películas como La tierra prometida o Llueve sobre Santiago, de Miguel Littin y Helvio Soto, respectivamente.

Hay una escena correspondiente al capítulo de La sangre y la esperanza titulado "Primero de mayo" que nos parece muy clarividente respecto a la suerte de los derechos sociales en Chile a lo largo de la segunda mitad del siglo XX. Nos estamos refiriendo al momento en el que Quilodrán padre dice eufórico: "Pero, carajo, me siento feliz. Los obreros nos estamos mostrando fuertes, de veras nos unimos, estamos creándonos una conciencia…"(pág. 86); palabras ante las que la madre, en principio, responde con un silencio muy expresivo:

 

"Mi madre tenía su prematuro mechón de canas caído sobre la frente Callaba, emocionada. No decía nada.. No era capaz de decir nada, Su silencio era ese silencio iluminado, ancho y profundo que para emoción del hombre se traduce en frutos de ternura por los ojos de las mujeres íntegras"    

 

Esta escena en general y, en particular, la respuesta que Laura, la madre, pronuncia a continuación - que no desvelaremos - expresan problemas de incomunicación entre sexos, así como las tensiones que los representantes obreros tienen para conciliar sus deberes públicos con sus obligaciones familiares. Pero, en concreto, en el silencio de la madre - nos preguntamos -¿aquellos chilenos cuyo pesimismo ni tan siquiera les permite ver la botella medio vacía no apreciarán un gesto premonitorio de la abundante sangre obrera que aún quedaría por ser derramada unida a las humillaciones consecuentes de la aplicación de programas políticos y económicos como los auspiciados, entre otros, por "los boys de Chicago"?.



[1] Para más información sobre el tema del salitre véase Galeano, Eduardo, Las venas abiertas de América latina, Madrid, siglo XXI, 2013, págs 182-187.

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